Tengo un lápiz que dibuja solo. Cada vez que
lo uso, el resultado final es un rostro humano con sombrero. Los trazos son
seguros, gruesos, como arañazos de oscuridad. Pese a ello, la expresión del
rostro es individual e inconfundible. La IA no puede hacerlo, pero un buen
caricaturista sí: retratar a alguien con unos pocos trazos, y que sea
reconocible.
Si uso otro lápiz, la hoja queda en blanco
por mi proverbial tendencia a la procastinación. Me quedo soñando con los ojos
abiertos, y el resultado son imágenes vaporosas en mi mente, y ninguna sobre el
papel. Pero el lápiz vantablack* no falla. Dibuja a un hombre robusto de saco y
corbata, tal vez un detective, cada vez con una expresión diferente. Al
principio parecía desconcertado, quizá buscando encajar las pistas
incongruentes de un asesinato. Luego pude ver cómo sus gestos se hacían
apreciativos -como si hubiese encontrado alguna conexión significativa entre
sucesos aislados-, luego vivamente interesados -parecía leer una lógica oculta
en los acontecimientos-, y finalmente exultantes –como quien ha descubierto la
solución de un enigma. Me había gustado esa última expresión, y por un tiempo
no volví a utilizar el lápiz.
En vez de dibujar, por las tardes me
dedicaba a alimentar a los pececitos dorados de mi pecera con carne humana. No
me miren así, tengo mis recursos para conseguirla sin incurrir en delito. O
sin ser atrapado. Ahí estaba yo, como una abuelita inocente, dando de comer a
mis peces grandes cantidades de carne. Por fin, una tarde concluí mi tarea,
quiero decir, ya no había más carne que darles, y las pruebas del crimen
pasaron a ser inexistentes. Bien por mí. Los peces habían crecido
considerablemente, eso sí. Pero ¿existe alguna ley que prohíba tener peces
gordos? No. Aunque las cárceles respeten esa ley no escrita… En fin, me dije,
soy libre de nuevo para dedicarme al arte.
Rescaté el lápiz vantablack de su ostracismo
en una punta del escritorio, y me puse a dibujar con entusiasmo. ¿Qué expresión
tendría hoy el detective? Sus rasgos salían nítidos, mi mano era guiada sin
vacilaciones. Por fin pude ver un rostro acusador mirándome fijo a los ojos. El
detective sabía cada detalle de mi crimen. Cómo cité a mi enemigo en casa,
ofreciéndole una colección de figuras chinas a un precio de ganga. Cómo esa
estatuilla ahuecada y conteniendo nitroglicerina explotó al ser levantada
súbitamente de su sitio, mientras yo me echaba a un lado. Cómo junté sus restos
y se los di de comer a los peces.
-Pero
no puedes probarlo –le dije al dibujo. Y haciendo un bollo con el papel, lo
tiré al tacho. Lo mismo hice con los dibujos anteriores. Vacié el tacho y boté
la bolsa de residuos al contenedor de la vereda.
-Detectives
de cómic a mí…
Al día siguiente me tocaron el timbre.
Atendí demudado, pero resuelto a mentir si me acusaban.
-¿Quién
es?
-Correo…
Bajé enseguida, y el cartero me entregó un
sobre sin remitente. Adentro había un libro encuadernado con un rostro que yo
conocía en la tapa. Era el detective con sombrero que tantas veces había
dibujado. Ya en mi apartamento pasé con incredulidad las hojas de un cómic que
ilustraban mi crimen, mediante dibujos explícitos trazados con lápiz vantablack.
En la última página, a manera de colofón,
había una frase:
“Edición
limitada a dos ejemplares. Uno para el asesino, el otro para la policía”.
*Vertically Aligned Nano Tube Arrays. Es un pigmento compuesto por un bosque de nanotubos verticales de carbono, que absorbe el 99.965% de la luz visible. Cuando un objeto está recubierto de vantablack pierde todos sus reflejos, convirtiéndose a ojos del ser humano en algo bidimensional: desaparecen las arrugas, los volúmenes, las protuberancias y las formas, creando la impresión de un agujero negro.
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