Me contó un pajarito


   Yo suelo leer RT. Russia Today. No me pregunten porqué. De sólo salir a la calle me resulta evidente que en Buenos Aires no pasa nada, así que ¿para qué leer diarios argentinos? Tal vez del otro lado del mundo sucedan cosas interesantes. Y sí, suceden. Durante las obras de remodelación de la catedral de Zvenígorod, a 70 kilómetros de Moscú, se encontró una cantidad de papeles traídos por los pájaros para hacer sus nidos en el espacio entre el cielorraso y el techo abovedado. Cartas, billetes de banco, almanaques de hace unos doscientos años. Nadie sospechó su existencia en ese escondrijo durante siglos, y ahora salían a la luz.
  La nota de Internet se acompañaba con fotos de un tesoro multicolor de documentos escritos en cirílico; de inmediato sentí curiosidad por esas conversaciones pretéritas. ¿De qué hablaban los rusos hace dos siglos? No había terminado de hacerme la pregunta cuando asomó a la puerta de mi oficina Evgeni Gerasimov, mi inquilino ruso. Era un antiguo marinero llevado a nuestro país por la crisis de los ’90, provocada por la caída de la Unión Soviética. Ahora se desempeñaba como sacristán en la iglesia ortodoxa del parque Lezama. El hombre venía a pagarme el alquiler.
-Venga, Evgeni, quiero mostrarle algo.
   Giré la pantalla de la computadora para que viese las cartas con letras cirílicas.
-Encontraron estos papeles en la catedral de Zvenígorod. ¿Usted puede leerlos?
--Bueno… la letra está chica.
    Amplié las fotos al máximo, ahora las letras se distinguían bien. Evgeni leía para sí, pero no traducía nada.
-¿Lo entiende?
-Sí, sí.
   Vuelta a leer para sí, murmurando en ruso. Hay que decir que mi inquilino no es un hombre especialmente culto. Ni inteligente. Ni sagaz siquiera. De modo que me vi obligado a formular mi deseo de manera explícita.
-¿Puede traducírmelo?
-Sí, bueno… dice… “Esta noche vino el zumot”.
-¿Qué es el zumot?
-No sé –Evgeni se puso a traducir-. “Yo estaba durmiendo solo. Tenía la vela encendida, entonces vi un bulto asomado a la ventana. Peludo. Abrió la boca dejando ver unos dientes largos, no tenía nada más. Ni ojos, ni orejas. Sólo una boca enorme. Estuvo goteando baba un rato frente al vidrio, como si tuviese hambre. Luego desapareció.”
-¿Cuál carta está leyendo?
-Ésta.
  Me señaló con el dedo uno de los papeles fotografiados.
-¿Dice algo más?
-No. Está cortado.
-¿Y las otras cartas?
   Evgeni se concentró en la lectura un rato, y luego empezó a traducirme.
-“María, hija querida. Espero que mi carta te encuentre bien. Dale besos a la tía Yelena, yo volveré en octubre. Aquí en Moscú ya empieza el otoño…”
-Lea la siguiente, por favor.
-¿Cuál?
-Esta de acá.
-“Queridos Fiodor y Catalina ¿cómo están? Nosotros vinimos a la dacha a descansar. Tenemos dos caballos y una mula nueva, que es la preferida de vuestro nieto Mikhail. Yo lo ayudo a montar, porque aún no llega solo. Pero después anda todo el día como un jinete experto. Este año la cosecha empezó tarde…” ahí se corta.
-¿Y ésta? –le señalé un fragmento de papel con apenas dos renglones.
-Déjeme ver… “En el camino a la montaña, los árboles se mueven solos a los costados, aunque no hay viento”.
-¿Eso dice?
-Sí.
-Supongo que esta última no la puede leer…
 -No. La tinta está corrida.
-Muchas gracias, Evgeni. Ha sido muy interesante lo que ha leído.
   El ruso pagó el alquiler y se fue. Yo me quedé pensando en la primera carta: ¿describía un perro cuyos ojos y orejas no se veían por estar a contraluz? Googleé “zumot”, pero no encontré nada. Quizás el autor de ese párrafo estaba delirando…

   Un mes después volvió Evgeni. Yo no me había quedado de brazos cruzados durante ese tiempo ¿O pensaron que me había dado por vencido? Claro que no. Como las búsquedas en español no arrojaban resultado alguno, había recurrido al traductor de google, poniendo términos como periódico, diario, noticias, pájaros, manuscritos, catedral… copié la traducción al ruso de esas palabras, y las introduje en el buscador, junto con el nombre Zvenígorod. Así aparecieron varios artículos con fotos, publicados por diarios rusos de alcance nacional o local. En Rossiskaya Gazeta encontré buenas fotos, pero las había aún mejores en un periódico local de la misma Zvenígorod.
-¿Quiere un café?
   Opté por hacer sentir cómodo a Evgeni, pues iba a hacerlo trabajar. Al ruso le gustaba leer diarios de su país, luego de tantos años en la Argentina. Puse ante sus ojos una serie de fotos de papeles manuscritos, convenientemente ampliadas.
-Lea amigo Evgeni, y tradúzcame por favor.
  Mi inquilino empezó a leer y a murmurar un rato para sí en ruso, según su costumbre, antes de producir alguna frase inteligible para mí.
-“El señor Ivanov no vino a pagar su deuda. Lo llevaré a los Tribunales…”
-Gracias –lo interrumpí-. Lea la siguiente, por favor.
-“Siempre recuerdo cuando jugábamos a las hamacas con el primo Tolia. Debíamos cruzar el puente para ir a verlo, pues su casa estaba en el pueblo vecino. Siempre me daba vértigo ese puente a gran altura sobre el río. Muchas veces soñé con él, incluso en tiempos recientes. Sueño que voy a caballo y de pronto el animal se detiene asustado, pues el puente está cortado. Tú sabes…” aquí termina.
   La mayoría de los manuscritos fotografiados se veían cortados, o arruinados por la humedad. Los pájaros recogieron papeles tirados, por eso sólo podíamos leer fragmentos. Evgeni empezó a traducir el siguiente manuscrito.
-“Hoy estuvo nevando todo el día.  Yo venía por el bosque desde Dyudkovo, el camino corre junto a un río poco profundo.  Empecé a oír pasos cercanos, pero no veía a nadie. Sentí temor y corrí, los pasos corrían también en la ribera opuesta, las ramas de los pinos se movían y quebraban al paso de un cuerpo pesado. Yo debía tomar ventaja, pues iba sobre el camino despejado, mientras el otro atravesaba un bosque denso al otro lado del río. Pero no conseguía alejarme de mi perseguidor. En cierto momento los pasos cesaron, yo aproveché para poner la mayor distancia posible. Entonces miré hacia atrás y vi sobre el camino un ser peludo muy alto, sin ningún rasgo en la cara, aparte una boca enorme abierta como un pozo negro… torné a correr como endemoniado, y llegué al pueblo sin volverme ni una sola vez más.”
   Evgeni y yo nos miramos un rato sin decir palabra. Por fin atiné a preguntarle:
-¿Ese sería el zumot?
-Esa palabra no la dice.
-Claro…
   El ruso volvió a leer para sí, y enseguida tradujo:
-“Son nueve kasionnaya desiatina de buena tierra para cultivar cebada o avena, las compró al mejor precio”.
-¿Qué significa eso, Kasio… desa… no se cuánto?
-Es una medida de campo. Una hectárea, más o menos.
-¿Por cuál manuscrito va?
-Por éste.
-Lea el de acá, parece más largo.
   Evgeni asintió, y tras murmurar un rato su letanía rusa, comenzó a traducir:
-“Por la noche se oyeron grandes aullidos, abrí la ventana y me asomé, pero sólo vi el cielo verde por la aurora y las estrellas brillando a través, sobre el bosque oscuro. A la mañana siguiente salimos por la nieve y encontramos a Serguéi, el leñador, vaciado de sus órganos como un pollo. Le faltaba el ombligo, una parte de…” ahí termina.
-Por suerte.
-Sí por suerte.
-Lea el siguiente, por favor.   
-Es el último.
   Evgeni se concentró en el texto unos momentos, y al fin me ofreció la traducción:
-“Todos tienen miedo en el pueblo. Por la noche tapiamos puertas y ventanas. Algunos oyen uñas rascando en la madera, y no pegan ojo hasta el amanecer. Muchas familias han desaparecido. Algunos abandonaron Zvenígorod, otros… quién sabe…”
   Permanecimos en silencio un rato, aquilatando el horror de aquellos acontecimientos perdidos en el tiempo.
-Bueno… gracias Evgeni, por leerme estas antiguas historias de su país.
-No tiene porqué. Yo no sabía nada de esto.
-Yo tampoco… creo que nadie sabía nada de esto.
-Sólo los pájaros…
-Sí… sólo los pájaros.







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