Escrito en la pared



   Recientemente estuve en Santiago del Estero, invitado por un amigo de Facebook, ufólogo. No quiero dar su nombre aquí, porque los amigos de Facebook pronto se convierten en ex amigos de Facebook, no bien uno los conoce personalmente. No más llegar a la puerta de su casa, se ausentó por varias horas, y eso que habíamos quedado en encontrarnos. Luego apareció y me llevó donde dijo: una casa humilde habitada por una señora muy devota cuyo hijo tiene capacidades especiales. Con esto quiero decir que es retrasado mental, pero no cuesta nada usar el último eufemismo adoptado por los organismos públicos para referirse a ellos. Uno obtiene rédito político por usar tales expresiones. Aunque pensándolo bien, no aspiro a ocupar ningún cargo público, con que en retrasado mental se queda el muchacho.
   Pero yo no había ido a verlo a él, ni siquiera a la señora. Había ido a ver una pared. Lisa, de puro cemento sin pintar. Y en el centro de la pared, un rostro. Un rostro impresionante, tal vez de un soberano mongol, aunque también podía ser un genio árabe, de esos que salen al frotar la lámpara. Llevaba puesto un birrete cónico, y usaba la barba en punta, formando un bucle al final. Me acerqué, iluminándolo con la linterna de mi celular: no estaba pintado, parecía producto de la humedad.
-¿Cuándo apareció esta figura en su pared?
-La Semana Santa del ante año pasado.
-O sea… casi dos años. ¿Está siempre igual?
-No. Antes estaba más contento.
-¿Más contento?
-Sí.
-Bueno, ahora no me parece triste.
-No, pero no está contento.
-Claro.
   Saqué varias fotos al rostro, que en efecto parecía de todo, menos contento. No puedo reproducirlas por una disputa de copyright con mi ex amigo de Facebook. Tampoco puedo mencionar el nombre de la señora, ni la dirección de su casa. No gano dinero escribiendo esto, y lo último que me faltaría es una demanda. Entiendo que el relato sin fotos pierde fuerza testimonial y ni siquiera me molestaría en publicarlo, si no fuese por un detalle…
-¿Sabe si acá hubo algún entierro?
-Hay un camposanto cerca…
-¿Qué tan cerca?
-Allá, en esa loma.
    La señora señaló la ventana, a través de la cual se veía una elevación al final de la calle.
-¿En las casas vecinas se ven caras también?
-No, que yo sepa…
-¿Nunca se le ocurrió pintar la pared?
-No tengo plata para comprar pintura…. mi hijo trató de rascar el cemento, pero la cara no se va.
-¿A su hijo no le gusta la cara?
-No le gusta, no. Y a mí tampoco.
-¿Porqué?
-Es un alma en pena. Que vuelva al camposanto, yo quiero vivir tranquila.
-A mí no me parece un poblador de esta zona…
-Sea quien sea, que me deje tranquila. Yo rezo mucho, rezo para que se vaya… no sé porqué aparece en mi casa.
-Bueno señora, muchas gracias por su amabilidad.
-Gracias, m’hijo, gracias.
-Les deseo suerte…
   Abandoné ese pueblito de Santiago del Estero y retorné a Buenos Aires. El detalle al que me refería se reveló después de esta visita, cuando amplié las fotos en la computadora de casa. Sobre el rostro aparecieron letras latinas, aunque algunas estaban acostadas o al revés… nada de eso se veía a simple vista. Parecían emerger desde otro nivel de profundidad, se trataba de tres frases, dos de ellas a ambos lados del rostro, y una sobre la frente. Fascinado, leí el mensaje llegado desde el fondo de lo invisible, normalizando las letras anómalas:
IYNKICIDU
IGNIS ROMA MMX…
AODATH
   La primera y la última líneas resultaban indescifrables para mí. Pero la del medio tenía un significado claro en latín: “Fuego Roma 20..”. Los números romanos finales de lo que parecía una fecha estaban borrados; apenas se veía asomar parcialmente una X, y el resto era ilegible. ¿Se trataba de una profecía? Tal vez, pero me dije: uno no debe confiar en las manchas de humedad. Y menos, en los pixeles de una foto. Pueden dibujar cualquier cosa, y ni siquiera sabes si el número está ahí. En cuanto a las otras palabras, parecen venidas directamente de otro mundo.
   El personaje sobre la pared es sin duda un engaño; no hay porqué creerle poseedor de una sabiduría inefable. A menos que… este mundo y el otro se encuentren a veces, y sus anuncios incomprensibles cobren un sentido terrible para nosotros.













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